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Década de los 70

DÉCADA DE
LOS 70

Represión y explosión

Desde los campos, llegamos a Medellín, desbordando las montañas de un valle que no estaba preparado para recibirnos y acogernos. Construimos nuestros barrios entre convites y débiles esfuerzos de planeación urbana.

Nos reprimieron una y otra vez, pero respondimos y explotamos en movimientos sociales, reivindicando las libertades, el arte y la educación. La industria entra en crisis y muchos nos quedamos sin trabajo. La realidad nos cambió y la cotidianidad se transformó: vecinos convertidos en “mágicos” y amigos que pasaron de la barra a la banda, engrosando las filas de la economía ilegal.

Fuimos abandonando las calles y cambiaron nuestros parches… Nunca nos imaginamos las sombras que se nos vinieron encima.

Transformación urbana, migración y ciudad desbordada
Es una década que continúa con la represión del Estado hacia los ciudadanos y genera una explosión de movimientos sociales para la reivindicación de las libertades, el arte y la educación. Esta acompañada de una fuerte ola migratoria hacia Medellín y su correspondiente poblamiento urbano informal y desbordado, con insuficientes intentos estatales para la transformación urbana. Se da una crisis de la economía industrial y comienza un fuerte desempleo, paralelo al fortalecimiento de la economía ilegal (controlada por narcotraficantes independientes). También cambian las dinámicas de encuentro y esparcimiento hacia centros comerciales y urbanizaciones cerradas. En esta década se hace evidente la falta de control de la institución sobre la ciudad.
Medellín pasó de pueblo a ciudad en pocos años. Su población se duplicó entre 1965 y 1985, sin que existieran las instituciones y herramientas necesarias para desarrollar una ciudad planificada: había cambio frecuente de alcaldes, debilidad institucional y recursos insuficientes (centralizados por el gobierno nacional). Su acelerado crecimiento demográfico fue causado por olas migratorias que respondieron a tres motivos principales: 1) familias que huyeron de la violencia política que se dio en las zonas rurales del país; 2) búsqueda de oportunidades de empleo, estudio y mejor calidad de vida; y 3) las estrategias del gobierno de Misael Pastrana para el desarrollo urbano.

Puede hablarse de dos grandes fenómenos en el desarrollo urbano de Medellín en esta década. Por un lado, una urbanización planeada y regulada en lo que se conocía como Otrabanda, en el costado occidental del río Medellín. Por otro, grandes zonas de la ciudad (principalmente en la zona norte) se construyeron ilegalmente o sin la suficiente planeación urbana y ambiental, por procesos de autoconstrucción, como el convite (grupos de gente que se reunía y construía sus propias viviendas, vías, alcantarillados, acueductos, entre otros). La mayoría de estas viviendas precarias se ubicaron en las laderas de Medellín y tuvieron baja cobertura y poca calidad en servicios domésticos, educativos y de salud.

Fueron claves los esfuerzos de entidades estatales por regular este proceso, como el Instituto de Crédito Territorial (ICT) y el Banco Central Hipotecario (BCH), que impulsaron planes de autoconstrucción de vivienda en sectores populares (con énfasis en la zona noroccidental) y planes de vivienda para clases medias (en las zonas centro y sur occidental); de forma articulada con estrategias nacionales, como el UPAC, un sistema nacional de ahorro para vivienda. En síntesis, el proceso de poblamiento urbano de los setenta puede resumirse a grandes rasgos en cuatro procesos: planificación regulada en Otrabanda, el Estado produciendo vivienda (ICT), lotificadores sin norma (también llamados urbanizadores pirata) y la invasión o toma de tierras.

El desarrollo de la ciudad como una urbe cada vez más grande se manifestó en distintas construcciones y obras públicas. La implementación de planes viales para integrar la ciudad, que incluyeron, entre otras, la vía paralela al río, la carrera 80, y la construcción de la Avenida Oriental que, más que integrar, dividió el centro. El edificio Coltejer, construido sobre el antiguo Teatro Junín, constituyó el símbolo de Medellín, ciudad industrial, particularmente de la industria textilera. Fue el edificio más alto del país (36 pisos, 147 metros de altura), y se ubicó en un espacio donde confluían el Club Unión, los Cafés Astor y Versalles, pasajes comerciales, teatros y librerías (como la Nueva, la librería más antigua de la ciudad, que cerró en el 2015). La construcción del centro comercial San Diego cambió la dinámica del comercio, pues los almacenes fueron migrando del centro de la ciudad hacia el centro comercial. Se resalta en esta década la fundación del Museo de Arte Moderno y del Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe, instituciones importantes para el desarrollo cultural de la ciudad.

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