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Memorias de escuela y barrio
Construir de la mano de los maestros nuestra historia ha sido posible gracias a proyectos como Expedición Maestro, donde volvemos la mirada sobre ellos como sujetos históricos que más allá de impartir conocimientos motivan a la transformación desde las memorias individuales.

Entonces la tarea del docente es transformar, pero transformar a partir de las estrategias como las del Museo Casa de la Memoria, en las que podemos vincular a las instituciones y que pueden transformar las  vidas de los estudiantes. Yo sé que ellos, después de ese ejercicio que hicieron, adquirieron una información diferente del barrio. O un conocimiento del barrio que nadie les había contado.  Victoria Morales, Docente I.E. Educativa Manuel Uribe Ángel, Barrio Andalucía La Francia

Valentina nació en 2001. Sus 17 años de existencia han transcurrido entre asuntos inherentes a la realidad de un barrio periférico de Medellín: ir a la tienda, apoyar las tareas de la casa, ejercer algún rol en juegos callejeros como escondidijo o congelados. También intentó practicar fútbol, pero “nunca fui buena”, reconoce. Las ideas del micro mundo que la rodea provienen de lo percibido por sus sentidos, pues de los años anteriores a su nacimiento era poco lo que sabía. Caminar de la casa al colegio cinco días a la semana también ha sido parte de su rutina y es en este lugar donde ha ocurrido su contacto con tiempos remotos: cuando su maestra de historia se ocupa de acontecimientos que involucraron monarquías, guerras mundiales o magnicidios de impacto nacional. Valentina no recuerda haber tenido que estudiar temas de orden local; tampoco se le había ocurrido que la historia podría suceder en las calles de su barrio.

Victoria Morales siempre quiso ser maestra. Un recuerdo de la infancia que prevalece por encima de otros es la creación de una escuela transitoria en los períodos vacacionales, hasta donde llegaban primos y vecinos para recibir las lecciones de la “profe Victoria”, que aún no alcanzaba ocho años de edad. Además de estar segura de su vocación como docente, Victoria afirma que “siempre me ha gustado analizar el devenir histórico y entender por qué hoy nos comportamos de esta manera. Me encanta estudiar la humanidad, las transformaciones que hemos tenido a lo largo de la historia. Lo mío son las ciencias sociales”.

Victoria se convirtió en docente y en el año 2016 fue trasladada a la I.E. Manuel Uribe Ángel en el barrio Andalucía La Francia, al nororiente de Medellín. Valentina, que siempre ha habitado el mismo barrio, llegó a undécimo grado. En 2018 la vida de ambas confluyó en el aula de clase los miércoles, jueves y viernes, cuando Victoria impartiría las lecciones de historia a un grupo mixto de alumnos, que ya tenían nociones de conflictos bélicos mundiales y sabían quién era Jorge Eliecer Gaitán. Este grupo de estudiantes supo que la Violencia asociada a la pugna entre liberales y conservadores no finalizó con la creación del Frente Nacional, pues otros conflictos nacieron y se prolongaron varias décadas más, incluso hasta finales del siglo XX.

 

Una expedición para el aprendizaje de los maestros

El tiempo que está fuera del aula, Victoria lo ocupa en diseñar estrategias que apoyen su ejercicio docente. Tarea que muchas veces resulta en la adquisición de nuevos conocimientos, algunos de los cuales no han sido considerados en los clásicos planes de estudio de las ciencias sociales, pues estos suelen limitarse a grandes hechos históricos.

Sus búsquedas la llevaron de expedición hasta el centro de Medellín, específicamente al Museo Casa de la Memoria, que desde el año 2016, diseñó un espacio en el que los maestros de la ciudad pueden aprender sobre el conflicto armado y otros fenómenos sociales, a través de las experiencias expositivas y el material didáctico que se desprende de estas. Según Alejandra Cardona, coordinadora de educación del Museo Casa de la Memoria, “La idea de Expedición Maestro es que el museo, a través de sus contenidos, pueda aportar en la construcción de herramientas conceptuales y didácticas, para apoyar el fortalecimiento de los procesos pedagógicos de las Instituciones educativas de la ciudad, con temáticas que no siempre se abordan en las aulas de clase”.

Expedición Maestro fue entonces el eslabón que unió a Victoria Morales y otros profesores del Área Metropolitana con el Museo Casa de la Memoria. Luego de una serie de talleres, salidas de campo y la adquisición de material didáctico y bibliográfico, cada docente elegiría el momento y la manera de trasladar los nuevos conocimientos adquiridos a sus respectivas aulas de clase.  La profe Victoria no dejó pasar mucho tiempo y decidió hacerlo a su manera.

“Estábamos hablando sobre la agudización de la violencia a finales del siglo XX cuando recibí el material de los 70, 80, 90. Fue muy significativo para mí, pues me sirvió de esquema para construir una nueva guía. Y como me encantan las fotografías, decidí montar una actividad con los muchachos”, recuerda Victoria.

Con un nuevo conocimiento adquirido y un paquete de fichas, Victoria llegó a su clase de historia con una propuesta de trabajo que incluía hacer un ejercicio de memoria a través de las narraciones de padres, abuelos y vecinos. La estudiante Valentina Hernández así lo recuerda: “ese día llegó con el tema de las fichas. Recuerdo que eran como un tesoro para ella. Era un tema que muchos desconocíamos y poco a poco nos fuimos vinculando y enamorando del trabajo. Al final salió un resultado muy bonito”.

 

¿Y el barrio qué?

El proceso fue algo así como ir de lo general a lo particular. Inicialmente los estudiantes  recibieron un contexto nacional de lo ocurrido en las décadas de los 70, 80 y 90; luego se hizo un zoom de esta temporalidad a la ciudad de Medellín. El paso siguiente sería hacer el ejercicio a nivel local: los estudiantes indagarían sobre lo ocurrido en el barrio.

El grupo fue dividido en subgrupos, y estos a su vez recibieron una década sobre la cual harían la exploración. A través preguntas, los muchachos, sin saberlo, hicieron un ejercicio de memoria viva, pues tenían que hallar las respuestas en variedad de personas que hubieran sido testigos de aquellos tiempos.

¿Y el barrio qué?, ¿Cómo resistimos?, ¿Cuánto cambiamos?, ¿Cuáles son nuestros lugares de memoria? ¿Qué pasaba en nuestro barrio? ¿Cuáles eran nuestros miedos?  Según Valentina, para contestar a estos interrogantes, muchos “empezamos desde la casa a preguntar a los papás, a los hermanos y a los vecinos. Muchos nos decían que no inmediatamente, que no iban a hablar de esos temas porque de pronto les pasaba algo. Y nos dimos cuenta de que ese silencio era también una manera de sobrevivir. – yo no sé nada, yo no he visto nada, yo no escucho nada – mucha gente no quiso hablar, me imagino que las historias eran muy fuertes”, reflexiona. Otras veces, las indagaciones resultaron exitosas, como el testimonio que entregó doña María González cuando auscultó entre sus recuerdos de los años 70.

Bueno, esto fue algo difícil. Todo esto no era sino monte. Esta casa fue una de las primeras  en construirse en este lugar. En el barrio se hablaba de que había mucha delincuencia, pero yo no le hacía caso a eso porque vivía encerrada en mi casa, por miedo a que de un momento a otro se iniciara una disputa entre las bandas(…) Mis recuerdos con mis hijos son algo frustrados, ya que mis muchachos se metían mucho en problemas. Y bueno, esto llevó a situaciones que una madre no quiere que pasen a sus hijos. Pero así como hay momentos sombríos, también hay momentos de alegría como las navidades. Hemos resistido a la violencia. Los lugares de memoria son: la esquina y al lado de la chaza verde que son los lugares donde los muchachos se ponían a conversar placenteramente”.

El de doña María, es solo un fragmento de los múltiples testimonios recolectados por los estudiantes. Más allá de un ejercicio de clase, este proceso abrió una puerta que los puso en contacto con un pasado cercano que de una u otra manera influyó en el devenir del barrio que los ha visto crecer. Para muchos de los entrevistados, remover sus recuerdos fue la posibilidad de sanar heridas abiertas. En palabras de la profe Victoria: “ellos empiezan a contar y a hacer todo ese proceso de descarga emocional, desde el simbolismo propio del contexto en el que ellos estuvieron presentes como protagonistas, actores o testigos. Entonces hicieron memoria. Todo un proceso de sanar, cerrar heridas.  Y nosotros tomamos ese proceso de memoria como patrimonio”.

Para Alejandra Cardona  lo más significativo de este trabajo es que “Victoria logró vincular a la familia. Porque en Expedición Maestro proponemos el encuentro intergeneracional y trabajo de campo para relacionar la memoria individual y circundante. No es necesario saber solo de Colombia, sino en ese lugar específico qué ha pasado. Aplicó estrategias metodológicas con el contenido de MEDELLÍN|ES 70, 80, 90”.

 

Recreando el pasado

Basados en los más vívidos recuerdos entregados por los informantes, los estudiantes también recrearon una serie de fotografías que describían algún momento representativo de alguna de las décadas. Hubo quienes decidieron plasmar el dolor. Otros eligieron pequeños oasis de felicidad.

Tres chicas jóvenes se protegen bajo una cama. Sus rostros denotan miedo. Se trata de una fotografía a blanco y negro que describe el temor de los años 80, y que al reverso de la imagen cita el fragmento de un testimonio: “cuando se encendía la balacera todos corríamos hacia el baño o nos hacíamos debajo de la cama”. Otra fotografía, esta vez en tonos sepia,  muestra el escorzo de un hombre que amenaza con un  arma a dos personas: un joven y una mujer mayor. En esta fotografía, titulada “el balazo que marcó mi vida”, los estudiantes representaron el intento de homicidio de uno de los hijos de la señora flor.

Claro que este ejercicio de remembranza también le dio espacio al regocijo, como el que realizó el equipo de trabajo del que formaba parte Valentina Hernández. Las navidades de los años 90 fueron su inspiración y la imagen dejaba ver un grupo de gente alegre con atuendos propios de la década. Así narró recordó la mamá de Valentina aquellos días. “En esos años ya sabíamos distinguir  el sonido de la pólvora con el de las balas, gracias a toda la experiencia que se obtuvo con lo vivido. Esas épocas en las que se vivía en comunidad se pasaban momentos hermosos, compartiendo un rato agradable, cantando, bailando y claro,  nunca nos faltaba la natilla y menos el sancocho. Una gran fecha”.

Además de las múltiples historias recopiladas, dos lecciones calaron en la mente de Valentina y sus compañeros de clase. Que la memoria se puede construir de manera participativa a través de lo vivido por otros en su barrio y que es necesario entender ese pasado, para evitar que se repitan los días de dolor. “Hay una frase muy significativa que la profe nos leía mucho y es: quien no se acuerda de su historia está condenado a repetirla. Y de eso se trata, de tener claro que eso pasó y dolió. Y cuando la profesora llegó con el tema me pareció muy bueno conocer el pasado sin necesidad de salir del barrio. Es como si el Museo lo buscara a uno con una historia que puede interesarnos a todos”.

La profe Victoria además concluye que este proceso fue muy importante porque “los estudiantes van a tomar consciencia de cómo nuestra sociedad se ha construido a partir de situaciones de violencia que no podemos ocultar. Pasar esa página sería olvidar a cientos de víctimas que han sufrido esas situaciones. No es solamente recordar para estar ahí con esa herida que genera mucho dolor, sino que es importante transformar esas heridas y vincular a las víctimas en una sociedad que los debe recibir”.

 

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